No dejes que la emoción
de la juventud te lleve a olvidarte de tu Creador. Hónralo mientras seas joven,
antes de que te pongas viejo y digas: «La vida ya no es agradable». Acuérdate
de él antes de que la luz del sol, de la luna y de las estrellas se vuelva
tenue a tus ojos viejos, y las nubes negras oscurezcan para siempre tu cielo.
Acuérdate de él antes de que tus piernas —de tu casa— empiecen a temblar, y tus
hombros —guerreros fuertes— se encorven. Acuérdate de él antes de que tus
dientes —pocos sirvientes que te quedan— dejen de moler, y tus pupilas —que
miran por las ventanas— ya no vean con claridad. Acuérdate de él antes de que
la puerta de las oportunidades de la vida se cierre y disminuya el sonido de la
actividad diaria. Ahora te levantas con el primer canto de los pájaros, pero un
día todos esos trinos apenas serán perceptibles. Acuérdate de él antes de que
tengas miedo de caerte y te preocupes de los peligros de la calle; antes de que
el cabello se te ponga blanco como un almendro en flor y arrastres los pies sin
energía como un saltamontes moribundo, y la alcaparra ya no estimule el deseo
sexual. Acuérdate de él antes de que te falte poco para llegar a la tumba
—hogar eterno— donde los que lamentan tu muerte llorarán en tu entierro. Sí,
acuérdate de tu Creador ahora que eres joven, antes de que se rompa el cordón
de plata de la vida y se quiebre la vasija de oro. No esperes hasta que la
jarra de agua se haga pedazos contra la fuente y la polea se rompa en el pozo.
Pues ese día el polvo volverá a la tierra, y el espíritu regresará a Dios, que
fue quien lo dio.
(Eclesiastés 12:1-7 NTV)
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